sábado, 22 de septiembre de 2012

Evangelización en el tiempo de los movimientos: neocolonialismo, proselitismo o esperanza para el pueblo

Cambios al tiempo de la colonización
Para muchos de nosotros los tiempos de la colonización son tiempos del pasado y no una experiencia directamente vivida. El tiempo en el cual un estado con mayor poder económico salía de sus confines para encontrar las riquezas que necesitaba para solucionar cuestiones más internas, es un tiempo lejano para muchos de nosotros. En este tiempo ya no somos espectadores de conquistas de territorios, de sumisión de poblaciones y de aniquilamientos de culturas. Ya no vivimos el tiempo de los esclavos, tiempo del racismo que consideraba al otro inferior porque era de cultura, costumbre y religión diferente. No vivimos en el tiempo de la soberbia política, económica y religiosa de quien se consideraba mejor, más justo o más desarrollado.
¿Estamos seguros que estas cosas son del tiempo pasado?

Claro, algunas dudas me vienen si considero las actitudes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) que consideran la solución a los problemas de la pobreza con recetas económicas y financieras desde la perspectiva de los ricos y poderosos. El prejuicio es lo de considerar la evolución económica de los estados del “primer mundo” en sí justa. Es un sistema económico que no se cuestiona en sus principios fundamentales, más bien pone en prácticas recetas económicas y financieras que confirman el sistema neo liberal. Sabemos la influencia enorme que el FMI y el BM tiene sobre los países pobres y en vía de desarrollo. Leyendo algo sobre estos temas y mirándolo no desde la perspectiva eurocéntrica o del “primer mundo” está la sensación que el colonialismo no ha terminado, solo ha aprendido a hablar otro lenguaje, políticamente y diplomáticamente más correcto para el tiempo presente, más suave y aceptable a los oídos de la opinión pública. Claramente en esta nueva modalidad también es nueva la forma de opresión, son nuevos los racismos, nueva la forma de esclavitud, nueva la forma de controlar la cultura de pueblos enteros. Imagino que entre las diferentes cosas, una que tiene en común los antiguos colonizadores y los nuevos, es que ambos piensan de hacer lo justo, lo correcto y tal vez el bien para los demás. Por ejemplo imagino que los colonizadores españoles estaban convencidos de llevar el progreso y el desarrollo enseñando a los pueblos Incas la rueda, la escritura, herramienta desconocida. En cualquiera manera creo que esto se está dando también ahora. Los nuevos colonizadores con sus políticas financieras y económicas estarán convencidos de llevar desarrollo y progreso a los países todavía subdesarrollados. Dejamos por ahora de lado este tema económico e financiero. Les invito leer algo de Arturo Paoli sobre el tema.

A mí en realidad me interesa profundizar otro tema. Si hay una nueva colonización financiera, entonces económica, y de consecuencia política ¿no es que también podemos hablar de una moderna colonización religiosa? Tal vez hay una forma de colonización religiosa, llamada misión, que se caracteriza por lenguajes y modalidades nuevos pero que conserva lógicas antiguas. Tal vez hay formas de hacer misión que confirman estructuras de opresión. Tendríamos que ver si la práctica actual de la misión confirma prejuicios culturales y religiosos que obligan al otro a sufrir formas sociales, religiosas y económicas represiva y opresivas.
Sería demasiado complicado para mí considerar el tema desde una perspectiva mundial, en este sentido lo haré desde mi perspectiva y desde lo que conozco de la situación del Perú.

Es claro y evidente que la presencia de la Iglesia en el Perú vive de luces y sombras (Aparecida no 20). Es innegable que la Iglesia jugó y juega un papel social y educativo importante y muy positivo en algunos casos. Como es innegable también que una cierta manera de hacer teología en el pasado (la teología de la liberación), y menos presente ahora, fue expresión de una cercanía al pueblo muy comprometida, también con sus luces y sombras.
Pero ahora estamos delante de otra manera de ser Iglesia. Los movimientos religiosos en el Perú han crecido y se han multiplicados. La experiencia de la teología de la liberación se ha reducido, viviendo este proceso histórico sin ninguna lectura que ayude a rescatar lo bueno. Se han cambiado los lenguajes, tanto que hablar de inculturación ahora parece casi una lisura. Hay una crítica constante, a veces más y a veces menos evidente, hacia las oficinas y el trabajo de los derechos humanos. La experiencia de la laicización de la Iglesia es leída como un proceso de protestantización, y se quiere por esto reafirmar el papel del sacerdote como pastor de la grey y presencia mediadora que representa la presencia de Cristo. Se tiene más referencia los documentos que llegan de Roma o cartas del Papa y se le ha quitado, de poco en poco, autoridad a los documentos asamblearios del América Latina que de seguro son más respetuosos de la modalidad conciliar que el Vaticano II enseña. Han crecido de manera exponencial la presencia de obispos que son expresión de una Iglesia conservadora.
¿Qué significado asume todo esto?

Son muchas las consideraciones que se podrían hacer pero me concentro en uno.  Quisiera averiguar si los procesos de cambio de la Iglesia de estos últimos años, de una forma u otra, no estén repitiendo lógicas opresoras similares a las de la colonización. En este sentido me pregunto si verdaderamente estamos viviendo una dinámica de evangelización o si todavía caemos en el antiguo proselitismo, otro rostro de la opresión colonizadora.

Evangelizar tendría que significar el anuncio de la Buena Nueva, un novedad buena. La modalidad encarnada de Jesús conlleva que la Buena Nueva no viene desde afuera, sino nace desde el vientre del pueblo. Solo hay que reconocer la presencia de la Buena Nueva dentro de la cultura de cualquier pueblo. Son muchas las veces que Jesús sanando dice “tu fe te ha salvado”. “Tu fe” no es la fe que Jesús enseñó sino es el proceso de discernimiento de quien logra reconocer lo bueno que está dentro de las personas. Jesús reconoce la bondad de la fe de los israelitas y paganos (griegos o romanos). Esta fe es la que podría escandalizarnos más, porque es fe hacia los ídolos, hecha de oraciones de intercesión, de gracias o pedidos de protecciones. Pero esta fe es leída como buena cuando también reconoce buena la presencia de Jesús como presencia del amor de Dios que cura y se toma a pecho la historia del pueblo compartiéndola. Interesante que Jesús no pide a muchas de estas personas de seguirle, no los hace discípulos o mejor dicho no hace proselitismo. Es como si ellos no necesitan hacerse “cristianos” porque ya viven lo necesario: el amor. Diferente parece la actitud de Jesús hacia los discípulos y discípulas, en particular los varones, que parecen no entender nunca, hasta solo después de la resurrección, el verdadero sentido de la presencia de Jesús como amor gratuito y eficaz.
Jesús no hizo prosélitos, sino discípulos y discípulas entre los que más le costaba entender y creer en la dinámica del amor.

¿Cuál es la práctica que tenemos como Iglesia en relación a la evangelización?
A veces me parece que tratamos de llevar la gente hacia Jesús para hacerlos discípulos, pero más en el sentido del proselitismo (es una cierta práctica de pastoral sacramental). Si no fuera así cuando encontramos a una persona que ya vive su vida en la lógica del amor, tendríamos simplemente que alegrarnos y agradecer sintiendo a esta persona profundamente en comunión con nosotros y no extraña, solo porque profesa otra religión o la misma religión de otra forma. No tendríamos que esforzarnos para hacerlo cristiano o católico. Es prueba de esto la relación que tenemos entre evangélicos y católicos. Generalmente hay críticas muy fuertes entre las dos partes, tal vez a nivel formal un respeto diplomático, pero es clara la absoluta distancia por la falta total de un verdadero discurso ecuménico que abra caminos de acercamiento y búsqueda de la verdad. La asamblea de Aparecida corrigió la palabra secta con la cual los católicos identifican a los evangélicos u otras profesiones de fe, pero en realidad en la práctica no modificamos esta mala costumbre de darle a los otros un sentido despectivo y excluyente.
Personalmente me da lo mismo que una persona sea católica, evangélica, musulmana, israelita o de cualquier otra profesión de fe. Lo importante es vivir el amor hacia el prójimo, evidenciar el amor hacia Dios, y tratar de dialogar entre todos para que todos podamos cambiar en las cosas que hacemos o vivimos mal dentro de las diferentes religiones.
Este diálogo lo veo difícil si el punto de partida es que cada uno piensa de estar en la verdad haciéndose dueños de esta.

Otra dificultad es la presencia de un cierto racismo cultural que considera al otro inferior simplemente porque es diferente o porque es juzgado con criterios extraños a la misma cultura. No podemos juzgar la cultura peruana con nuestros ojos occidentales. No se puede conocer esta maravillosa cultura si antes no la amamos. De frecuente he escuchado críticas feroces, hasta casi racistas, hacia esta cultura sin, antes que todo, amarla. Considero ingenua la actitud de quien quiere cambiar esta cultura juzgándola equivocada o simplemente pobre. Considero que el camino es de amar y apasionarse de esta cultura y después hacer un camino donde todos, están invitados a vivir cambios efectivos y reales. Pero no se pondrá en la disposición de un cambio quien está convencido de llevar o traer la verdad que los otros solo deben entender, aceptar y a la cual deben convertirse.
En este sentido considero que no fue de ayuda el discurso inaugural del papa Benedicto XVI a la asamblea de Aparecida en el cual describe la evangelización y la conversión de los pueblos sin reconocer las imposiciones y las conversiones bendecidas y mojadas con la sangre de tantos indios. En realidad el documento (no 4) precisa que “el evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas”. Una sola frase que por cierto es poco comparado al discurso del papa, pero esto evidencia como sea todavía difícil para nosotros reconocer y decir que la historia del cristianismo en América Latina ha sido marcada por dinámicas colonizadoras, tal vez porque esto nos obligaría a reconocer estas dinámicas todavía presentes, sobre todo en relación a una cultura diferente todavía existente.
¿Y ahora como son las coas?

1.      No tengo dificultad decir que todavía ahora tenemos algunas prácticas que ponen en evidencia dinámicas colonizadoras, hasta en nuestras practicas pastorales. Particularmente expuestos a esto considero que son los movimientos en general (Opus Dei, Sodalicio de la Vida Cristian, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Mato Groso) cuando no consideran su modalidad solo una entre las otras y entonces no necesariamente las mejores o más justas. En este sentido considero que corremos todo el riesgo de repetir y fortalecer la historia de la colonización cuando pensamos tener la razón en relación a la verdad (Dios) y a la sociedad (el prójimo).
2.      Otro elemento de riesgo es la enorme posibilidad económica que como misioneros extranjeros o como iglesia en general tenemos y que necesariamente nos pone a otro nivel en la práctica pastoral. Hay un refrán: “quien tiene plata habla como quiere”, me viene la duda también que “quien tiene plata hace lo que quiere”. Es difícil entrar en dinámicas de relaciones pastorales igualitarias con tanta diferencia en la posibilidad económica. Esto no significa que no reconozco una cierta generosidad en quien tiene posibilidad económica dentro de la Iglesia, pero considero que es difícil renunciar al poder que el dinero da en el campo de las decisiones pastorales o políticas dentro la misma Iglesia.
3.      Otro elemento es la muerte de muchos caminos de inculturación que se han bloqueado. Lo que se busca ahora ya no es la comunión en las diferencias, sino la uniformidad a un solo modelo (el modelo católico romano). Donde no hay el respeto y la aceptación de las diferencias no se puede tampoco construir comunión. La uniformidad no crea comunión, sino invoca la obediencia a uno y la renuncia a la cultura propia, dos elementos típicos de la colonización.

No digo que la Iglesia por sí sola es colonizadora, pero que tenga dinámicas antiguas de la conquista con lenguajes nuevos sí. Son algunas de las sombras que acompañan las tantas luces de la Iglesia. Pero estamos llamados a responder a estas sombras con valentía y firmeza. Una propuesta que hago es de abrir otros espacio de reflexión para hacer crecer una iglesia laica. El término laico llega del griego laos, es decir pueblo. Hay que buscar caminos para que como iglesias seamos siempre más expresión de la vida del pueblo, que nace del vientre del pueblo (María) y que se encarna en su vida así como es tal vez pobre en medio de los pobres (Jesús). Una iglesia laica tiene que abrir una reflexión sería sobre el tema del liderazgo que no puede ser considerado mediación con Dios, sobre el aprecio de la cultura como lugar de revelación de Dios desde siempre, que acoge la historia de siempre y de todos como historia de salvación. Una iglesia laica tiene que abrir espacios para reflexionar una nueva moral (sobre todo la sexual) para que sea una moral de prácticas incluyentes y no excluyentes. Una iglesia laica tiene necesariamente una relación con la cultura propia de cada pueblo, más positiva e inculturada.

Una Iglesia que sirve es una Iglesia que no asume nunca la actitud de un patrón, sino que se considera evangélicamente sirvienta e inútil.
¿Caminamos hacia este rumbo?


Emanuele Munafó

sábado, 8 de septiembre de 2012

“¿En qué momento se jodió la Iglesia?”


Cerezo Barredo - Pentecostés

El nobel de la literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, en el libro “Conversaciones  en la Catedral” del 1969 pone esta pregunta a nuestro amado país: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. La interrogante nace del desconcierto y el pesimismo del protagonista de poder comprender globalmente la realidad peruana, a la cual juzga con criterios esencialmente morales. La reprocha amarga del premio nobel es expresión del frustrado deseo de quien quiere lo mejor para su país. Creo que la crítica revela siempre pasión, ese mismo amor que sentimos para nuestras Iglesias y que nos empuja a preguntar: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?

La historia de las Iglesias es acompañada desde siempre por críticas que, de una forma u otra, tratan de mejorarla. Las mismas herejías son expresión de la pasión de personas que han deseado mejorar el camino histórico de las Iglesias. En este sentido no tenemos que tener miedo de equivocarnos, más bien de no dar pasos hacia la búsqueda de caminos nuevos. En este tiempo de Iglesia necesitamos caminos de inclusión y de igualdad que tienen que hacernos temer más al silencio que a las palabras, a la inoperancia que a las nuevas experiencias. Por esta razón no tenemos miedo de preguntarnos: “¿en qué momento se jodió la Iglesia?”

Tal vez desde siempre hemos tratados identificar a los responsables de los tiempos oscuros que la Iglesia vive. Yo también me encuentro en las filas de quien por amor busca las razones de lo que no funciona. No es la práctica de criticar para criticar, sino la conciencia clara que hay contradicciones dentro de la Iglesia que se traducen en  escándalo para muchas personas. Es el escándalo verdadero que hace tomar distancia de las Iglesias, no por el mensaje de lo que se hacen anunciadora, sino como se traduce este mensaje en la práctica.
Tal vez en manera demasiado sencilla, pero con una cierta consciencia afirmo que la Iglesia perdió su rumbo original por las decisiones que sus mismas autoridades tomaron en el recorrido de la historia. Pero todo no se determina por las decisiones de las autoridades, porque todos somos Iglesia, entonces todos estamos involucrados.
Entonces la pregunta sigue vigente para todos: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?”.


Tal vez…

… cuando después de pocos años de la muerte de Cristo en el contexto de las primeras comunidades cristiana alguien puso las manos sobre frases originales de Pablo para escribir cartas en su nombre (las cartas deuteropaulinas) dándole en algunas cuestiones importantes un sentido totalmente diferente pasando de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica a una Iglesia jerárquica, autoritaria y sacerdotal. Una cuestión importante era la del liderazgo dentro de las iglesias, encerrando a las mujeres en un papel reducido y prácticamente inconsistente.

… cuando hemos aceptado después del edicto de Milán (313 d.C.), la lógica de la religión licita según los criterios del imperio del tiempo haciendo morir la profecía de una sociedad diferente inscrita en el anuncio del evangelio y abriendo la puerta a toda sumisión a las lógicas de los imperios de todos los tiempos. Es una sumisión que ahora llamamos “política correcta” o diplomacia, pero que en realidad es aguar el mensaje evangélico en lógicas de poder y de privilegios aún muy presentes dentro de las Iglesias de hoy.

… cuando la Iglesia aceptó de ser un estado en medio de los otros con su jefe, su economía, su ejército, su guerras para la conquista de territorios y de culturas. Un estado poderoso y rico no por la fuerza del anuncio del evangelio, sino de la astucia militar, política y económica donde hasta la salvación se puede prometer en una venta, donde el evangelio se sacrificó para la más importante causa de la Iglesia: la Iglesia misma.

… cuando vimos la Iglesia “astutamente” a lado de los conquistadores de todos los tiempos en África y en América Latina, justificando y bendiciendo lógicas opresivas y prácticas violentas. Una presencia de proselitismo que hasta la fecha no hemos logrado quitar de nuestra mentalidad en la práctica cotidiana de considerar nuestra verdad la mejor, la más justa y la única necesaria. En el pasado se justificaba la violencia, el homicidio y la explotación considerando a los habitantes de las nuevas tierras “seres inferiores” y hoy se confirma la misma lógica bendiciendo sistemas pastorales que no reconocen la bondad de la diferencia cultural. La razón es siempre la misma: la certidumbre de tener la verdad en el bolsillo. El racismo de ayer no está muerto, solo ha cambiado lenguaje.

… cuando como Iglesia bendecimos la censura de pensamiento, de opinión, de lectura, de estudio o de acción. Cuando pensar en manera diferente significaba arder en un ruego, o ser excluido de la Iglesia misma y entonces de la sociedad con una anatema o aislado en el silencio y en el desinterés.

… cuando, desde casi siempre, la Iglesia se ha identificado con su jerarquía pensando en la comunión como la sumisión a esta, haciendo de la obediencia el valor más importante. Es la Iglesia que se ha olvidado que la jerarquía tiene sentido solo en la lógica del servicio, y que tiene que aspirar a los últimos asientos y besar las manos de todos los pobres y no hacérselas besar en sentido de reverencia. O tal vez cuando tenemos una jerarquía inalcanzable con la cual realmente no se puede comunicar. Una jerarquía que en el siglo XXI todavía afirma que quien no obedece al “obispo o al vaticano no obedece a Dios” (diócesis de Huacho).

… cuando se ignoraron algunos fundamentales aportes del Vaticano II, como la forma conciliar con la cual la Iglesia debería decidir y expresarse. Todavía estamos sujetos a una forma de mando personal y no comunitaria. La forma conciliare que invocaba el Vaticano II, traicionada ya después de pocos años del cierre del concilio, hubiera tenido que ser ejemplo para todos y a todos los niveles, desde el Vaticano romano hasta la más pequeña realidad eclesial. En cambió se confirmó la forma jerárquica menos evangélica. Decimos que todos somos Iglesia, pero parece que algunos, los que más están arriba, son más Iglesia de otros.

Podríamos seguir enumerando y anunciando las muchísimas situaciones con las cuales la Iglesia se jodió, dando así la culpa a la política y a los poderes fuertes que se aprovecharon de ella, como podríamos dar la culpa a las jerarquías siempre más frágiles y confundidas de esta nuestra Iglesia.
También tendríamos que recordar todo lo bueno que la Iglesia hizo y hace, pero en este momento sería un alivio demasiado suave o una esperanza que corre el riesgo de justificar la presencia de lo que no funciona. Estamos viviendo un tiempo oscuro y triste de Iglesia y por esto me pregunto: “¿cuándo se jodió la Iglesia?”.

Personalmente creo que la respuesta no está en las manos de quien nos gobierna, sino en la libertad y en las libres opciones de cada uno de nosotros. Somos nosotros que aceptamos y escogemos el silencio por miedo a las consecuencias. Somos nosotros que delante de la jerarquía (sacerdotes, religiosas u obispo) sentimos un respeto que no nos permite reconocer que estamos delante de un siervo.
Tomando de una famoso video me gusta preguntar ahora: “¿En qué momento se arregló la Iglesia?”


En el momento…

… en que buscamos en la práctica caminos posibles de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica, compartiendo estos caminos sin encerrarlos en el silencio que tiene miedo del juicio de las autoridades.

… en que volvemos a dar fuerza a las palabras exigiendo espacios para compartir y escucharnos, en lugar de solo obedecer. Se trata de decir lo que se piensa sin encerrarse en un silencio diplomático que finalmente bendice la lógica mafiosa de quien no habla, no ve y no escucha.

… en que no renunciamos a derechos fundamentales dentro de la Iglesia misma como la libertad de la conciencia que está por encima de cualquier ley.

… en que nos convertimos a otra forma de liderazgo con el cual no excluimos a las mujeres, más bien las dejamos ser verdaderas protagonistas de esta Iglesia, y no solo la que más la frecuenta.

… en que tratamos el asunto de la economía dentro de la Iglesia como un asunto evangélico y no de medios para lograr nuestras finalidades.

… en que renunciamos a la práctica humillante de la opción preferencial para los pobres para convertirnos en la evangélica opción preferencial por los pobres.

… en el momento en que volvemos a cuestionarnos sobre los temas de la moral sexual desde un principio evangélico de inclusión.

Estoy convencido que como siempre la Iglesia se arregla empezando desde abajo, desde lo cotidiano, desde el día tras día. Se empieza trabajando en nuestras pequeñas realidades cotidianas rechazando las formas autoritarias y excluyentes. Se empieza dentro de la parroquia con los párrocos, dentro de las diócesis con los obispos.

O tal vez ¿alguien más tiene sugerencias?

Emanuele Munafó