¿Qué está pasando con esta Iglesia?
Es un asombro lo
que está pasando a padre Gastón Garatea. Es difícil para mí hasta encontrar las
palabras adecuadas para describir los sentimientos que provocan este humillante
acontecimiento. Retirarle el permiso de ejercer el ministerio en la diócesis de
Lima es una bofetada a toda aquella parte de Iglesia que escogió un trabajo
social a favor de los pobres poniéndose a su lado. El asunto no es simplemente
hacer caridad, sino creer en la participación y construcción de una imagen de
Iglesia que sabe concertar y reconocer los derechos fundamentales de las
personas, no solo porqué la piensan o porqué viven como nosotros, sino por el
simple hecho de ser personas.
No conozco personalmente
al padre Gastón Garatea, pero sí pude escuchar una sola ponencia suya por haber
trabajado dos años en la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza; donde
me permitió sentirme parte de su trabajo y visión pastoral. Aprecié la
intuición y la humildad de sentarse alrededor de una misma mesa con
representantes de la sociedad civil y política para buscar juntos caminos de
lucha contra la pobreza.
No se sabe
todavía la razón de esta no renovación de la licencia ministerial con la cual,
con una actitud que personalmente considero abusiva y contraria al evangelio,
se excluyó padre Gastón del ejercicio del ministerio dentro los límites de la
diócesis de Lima. Pero si es verdad que
la razón es la posición de padre Gastón a favor de la unión civil entre
personas del mismo sexo, entonces creo
que yo también ya no podría celebrar en Lima.
El asunto no es declarar
sacramento una unión que la Iglesia Católica no reconoce como matrimonio, sino mostrarse
de acuerdo con los derechos fundamentales de las personas que se deberían
reconocer a todos, por el simple hecho de participar de la misma sociedad
humana. No estamos hablando de personas que están incurriendo en un delito sino
de personas que viven una opción sexual diferente de la heterosexual. Si
después la sociedad civil quiere llamar esta unión civil con el nombre de
matrimonio, tiene toda la libertad de hacerlo. La palabra matrimonio no es de
propiedad ni católica ni religiosa en general. Creo que quien quiera la puede
utilizar para expresar la unión entre las personas, simplemente hay que
especificar el campo en la que se la utiliza.
El problema creo
sea la percepción que como Iglesia tenemos de nosotros mismos delante de la
sociedad humana. Una cosa es pensar que nosotros poseemos la verdad, en cambio
es diferente reconocerse discípulos de la misma. Creo que la Iglesia que se piensa
dueña de la verdad vivirá de palabras superbas y hasta agresivas para defender
e imponer lo que cree. La Iglesia que se reconoce discípula vivirá en un estado
de eterno discernimiento y exégesis de la verdad y de la realidad, en un
esfuerzo común con quien la piensa también en manera diferente.
Tal vez no logro
encontrar las palabras más adecuadas para poder expresar mis sentimientos y
pensamientos, pero no quiero limitarme a confirmar mi respaldo al padre Gastón,
sino quiero empezar a esforzarme a expresar mi personal pensamiento y mis
convencimientos, porqué en la Iglesia no somos todos iguales y tampoco pensamos
de la misma manera, o personas que se sometan y piensen como el cardenal Juan
Luis Cipriani.
Finalmente la
libertad de pensamiento y de palabra nadie puede quitarla. Solo se trata de poner
de nuestra parte y empezar a hablar, a pesar de las
consecuencias que esto puede traer.
Emanuele Munafó
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