sábado, 30 de junio de 2012

La ley de Dios ¿a servicio de quién?

¿La ley es siempre para el bien de las personas?
¿Con qué autoridad se imponen o proponen al hombre las leyes?
¿Suficiente decir que una ley es de Dios o voluntad suya para que sea justa o buena?

La Biblia está repleta de la voluntad de Dios o de lo que supuestamente debería ser ordenando por él. En realidad sabemos que muchas leyes en la Biblia obedecen a lógicas que no son necesariamente el deseo del bien del hombre de parte de Dios. Muchas leyes nacen de la vida de las autoridades y de las jerarquías, que son herramientas para justificar la jerarquía misma y el ámbito de su poder (Templo y Palacio) y tienen fuerza justificándose en la supuesta voluntad de Dios.
Estas leyes, que justifican las jerarquías y las exclusiones, se transforman inmediatamente en herramientas de opresión y marginación para los más pobres que se encuentran en la imposibilidad de poder obedecer la supuesta voluntad de Dios. Un ejemplo de esta manera de proceder lo encontramos en el libro del Levítico1.
El levítico es uno de los testimonios que tenemos para reconocer como dentro de la Biblia hay dos proyectos. Un proyecto que trata de justificar la presencia del Templo, del Palacio y de la jerarquía como mediadora única para llegar a Dios (es un proyecto según el corazón y los intereses de los poderosos), y un proyecto que describe la verdadera modalidad de Dios de estar con su pueblo, sin mediaciones, sin límites, un Dios que está con los excluidos y no con quien excluye, con quien llora y no con quien hace llorar.
En la formación misma del código del Levítico se rescata este doble proyecto. De una parte está el esquema Moisés-Arón-sus hijos-el pueblo, a través del cual se confirma la estructura jerárquica con Moisés único mediador. El otro esquema se concretiza en la manera en que Dios se muestra a todo el pueblo (Lv 9, 23), donde Dios muestra su santidad sin mediación alguna (Lv 10, 23). En realidad toda la ley pierde su valor delante de lo más importante: el deseo del Señor de mostrarse a todos.
Esto me parece el criterio que Jesús mismo utiliza delante de la ley. Cuando una ley tiene rasgos de exclusión contra los  marginados no la reconoce buena y no la respeta.

Me pregunto si una lógica como esta, de una forma u otra, no se está repitiendo en nuestra Iglesia.
¿También hoy tenemos leyes que apoyándose sobre la voluntad de Dios son justificaciones de poderes y herramientas de exclusión?
¿Hay leyes que justifican los poderes fuertes dentro de la Iglesia y la exclusión de los más marginados?

Sabemos que el Levítico y sus leyes están escritas “a partir de la perspectiva de Jerusalén (Templo y Palacio), en especial del templo reconstruido y del clero primariamente deportado a Babilonia y que pasa por un proceso de reforma de las obligaciones y el status en la reconstrucción de la vida nacional en el post-exilio”. Era el tiempo en el cual se veía necesario reconocer en Jerusalén y su Templo como el único centro de verdad y en la jerarquía la única mediación hacia Dios. Las autoridades religiosas y políticas sentían que era necesario reafirmar una verdad, una pureza de fe y de culto, una estructura religiosa jerárquica reconocida y obedecida.
Esta situación que hizo nacer el Levítico y su legislación me parece tanto antigua y también muy moderna y actual. La necesidad de reafirmar una sola verdad, recuperar una pureza de fe y de culto, fortalecer la autoridad  de la jerarquía hace parte del lenguaje actual de nuestra Iglesia. Conocemos el esfuerzo de los últimos dos papas para moverse en esta dirección: un “nuevo” catecismo, un nuevo derecho canónico, nuevas (o antiguas) reglas para el culto. Todo nace desde un centro, la Iglesia de Roma, hacia la periferia que son todas las Iglesias del mundo. Me parece que es una Iglesia que busca la uniformidad y no la unidad en la diversidad. El movimiento es siempre desde el centro hacia la periferia, y lo que nace en la periferia viene visto siempre con sospecha si no repite o si no confirma lo que el centro dice. Las teologías de América Latina o de África son vistas con sospecha solo porque nacen de una experiencia de vida diferente, desde la perspectiva de los excluidos. El movimiento de Jesús nació no desde el centro de la teología o de los intereses de poder de su tiempo, sino desde la periferia, desde el contacto con los oprimidos y excluidos. Su movimiento era una respuesta al centro y una propuesta para todos los marginados. En el momento en que la Iglesia conquista el centro del mundo (Roma) empieza a seguir la misma lógica de los poderosos. Las leyes de Jesús nacen desde la perspectiva de los excluidos, pero las leyes de las Iglesia actual ¿desde qué perspectiva nacen?
Hoy como ayer hay leyes que no son oportunidad de camino, sino una exclusión prejudicial para quien este camino no lo puede recorrer por la misma condición en la cual se encuentra. En este caso no tengo ningún problema a afirmar que, como siempre, el precio más alto lo pagan siempre los más pobres.
No se puede aceptar siempre la perspectiva de quien se encuentra en el centro y habita los palacios del poder, si ellos no escuchan y no hacen central la perspectiva de quien vive en la periferia del mundo, de la religión y de las leyes. No se puede aceptar la perspectiva eurocéntrica con su teología, su estructura jerárquica y sus leyes si no son camino de inclusión y oportunidad para los más excluidos. Tenemos que escuchar la teología que nace desde los niños hambrientos, desde las mujeres violadas, desde las familias divididas, desde los que no tienen trabajo, desde los que tienen baja autoestima y desde los encarcelados. Tenemos que escuchar y reconocer no solo su deseo de inclusión, sino también los caminos y las leyes con los cuales quieren lograr su inclusión.

Así generalmente quien se encuentra en la periferia del mundo considera la ley mandada por el centro como la regla y la manera de no obedecer como las necesarias excepciones. Pero yo digo que si son las excepciones que permiten los caminos de los mas excluidos, entones hay algo que no funciona en las reglas y en las leyes.

Personalmente invoco la desobediencia y la objeción de consciencia delante de todas las leyes que no sirven al hombre sino que piden al hombre de hacerse siervo de ellas.
El punto de partida que reconozco bueno es la experiencia gratuita de Dios que hace nacer caminos, y no al revés, donde los caminos nos  hacen encontrar a Dios. A Dios no hay que encontrarlo, es él que descubre al hombre, allí donde se halla y como se encuentra. La libertad de Dios se da en encontrar al hombre, la libertad del hombre en hacer caminos.

Hay leyes que son como la cortina del Templo y oraciones que son como su altar de los sacrificios: esconden a Dios. Nuestra función es de compartir y liberar caminos y no de obstaculizarlos.

Emanuele Munafó


1 No es mi intención con este escrito hacer un estudio Bíblico, sino más bien buscar aplicaciones de este estudios previos. Comparto mis reflexiones complementándolas con el artículo escrito por Nancy Cardoso Pereira: “Comida, sexo y salud: Leyendo el Levítico en América Latina”. Se puede encontrar el texto en www.clailatino.org/ribla/autores.html

1 comentario:

  1. Le agradezco padre Emanuele. Antes tenía sospecha sobre los contenidos de sus escritos, pero leyendolos atentamente reconozco la bondad de su pensamiento y la perspectiva de Igleisa que nos revela. Es cierto, vivimos tiempos dificiles en esta Iglesia y su perspectiva nos da luces y esperanza. Quiero ayudarle para que su blog sea más conocido. Espero que otros puedan apoyar para difundir sus palabras. Muchos laicos necesitan una voz diferente que dificilmente en este tiempo escuchamos.
    Gracias padre Emanuele

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