sábado, 2 de junio de 2012

Iglesia y jerarquía (parte segunda)


Hemos reconocido que hay límites en la estructura jerárquica de nuestra Iglesia. Son límites que van más allá de la calidad humana de las personas que la componen. No consideramos la jerarquía limitada en cuanto a personas, sino en cuanto sistema y estructura. La estructura jerarquía que tenemos adelante, que se basa sobre la certidumbre de una verdad poseída y de un poder que viene desde arriba, creo no le permite vivir su relación con el prójimo como un verdadero servicio entre hermanos en una dimensión de inclusión e igualdad. Jesús indicó en manera clara la forma del liderazgo que tendríamos que expresar:
“Él que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.” (cfr. Mc 10, 43-44)
“Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo.” (Jn 13, 13-15)

Un cambio en el liderazgo que haga bajar del trono del mando para asumir la posición del esclavo que lava los pies, va más allá de la conversión personal, sino nos obliga reconsiderar la misma estructura jerárquica. Son muchos los elementos que tendríamos que tomar en consideración, pero a mí en este momento me interesa uno en particular, tal vez porque es radical y substancial.

¿Cómo era y qué expresaba el liderazgo de las primeras comunidades?
Hay una descripción clara de estas comunidades desde sus orígenes:
“Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús.” (Gal 3, 28).
La comunidad descrita por Pablo no es solo un ideal a realizarse, sino una realidad desde donde empezar un camino de comunidad y de Iglesia. La inclusión e igualdad no puede ser el punto de llegada de una camino, sino seguiría llevando en si misma todos los limites que hasta la fecha no le permite expresar lo que debería ser. La inclusión e igualdad tiene que ser estructural desde su punto de partida. Tiene que tener en si misma ya desde el principio todas las características necesarias para hacer de nuestras comunidades y de su liderazgo la evidencia de “ser uno solo en Cristo Jesús”.
En la expresión de Pablo reconocemos tres círculos concéntricos que podríamos definir  cultural (judío y griego), social (esclavo y libre) y existencial (hombre y mujer). Generalmente como Iglesia hemos tratado de llegar al punto central partiendo del más periférico, buscando diálogos con lo que es diferente de nuestra cultura, en un segundo momento tratando de trabajar por un mundo socialmente más justo, pero sin llegar nunca al punto central, la diferencia discriminatoria que nos llevamos adentro en la manera de considerarnos hombre y la mujeres.
Estoy convencido que el punto de partida tiene que ser el abatimiento de esta barrera discriminatoria de la diferencia entre hombre y mujer justamente en el liderazgo jerárquico. Realizar desde el cirulo central la igualdad entre hombres y mujeres sería abatir la barrera más profunda y menos evangélica que nos llevamos adentro.

Somos hijos de una cultura eclesiástica que por siglos predicó sobre la presencia de los discípulos dejando de lado la presencia fundamental de las discípulas de Jesús (cfr. Lc 8, 1-3). Siempre hemos escuchado hablar de los apóstoles (en griego: enviar) olvidándonos de las muchísimas mujeres enviadas a anunciar la Buena Nueva hasta ser las primera anunciadoras de la resurrección de Cristo, a pesar de la desconfianza del grupo de los hombres (cfr. todos los evangelios de resurrección). No hemos predicado lo suficiente sobre el papel de las mujeres como testigos y anunciadoras de la Buena nueva (Hch 13, 31 o en general el evangelio de Juan con el papel desarrollado por las mujeres). Hemos escuchado predicar de pentecostés como del relato de la efusión del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles, ocultando que todos, discípulos y discípulas estaban reunidos este día recibiendo todos la efusión del Espíritu y que todos se hicieron palabra de anuncio en diferentes lenguas (cfr. Hch 1, 14. 2, 1-13). Recordamos también las comunidades paulinas con todo su liderazgo femenino, tanto en la predicación cuanto en la responsabilidad de las mismas comunidades (cfr. Carta a los Corintios).

Hemos perdido esta increíble riqueza del liderazgo femenino. Pienso en este liderazgo no como la imitación de las modalidades masculinas o machistas, sino en la forma de inclusión de la vida de todos. Recuerdo que el hombre antropológicamente puede solo dar la vida, pero quien la acoge, la hace crecer, nacer y la alimenta es la mujer. Por ejemplo, creo que el misterio eucarístico en la forma de hacerse alimento para el prójimo está más cerca a la modalidad de la mujer de alimentar desde su propio seno que del hombre que trabaja para conseguir el alimento para compartir. La mujer se comparte desde su propia vida, el hombre comparte desde lo que consigue con su trabajo.

Creo que un liderazgo desde esta perspectiva es lo que nos falta en una dimensión verdadera de inclusión e igualdad en nuestras comunidades.
En manera más clara estoy declarando que a pesar de todo el camino teológico y tradicional que, me parece a veces en manera muy frágil e inconsistente, justifica un sacerdocio solo masculino, tendríamos que cambiar rápidamente este rumbo y abrir a un sacerdocio femenino y a un liderazgo de las mismas a todos los niveles. Solo ganaríamos en caminos de calidad, dignidad, inclusión e igualdad. Claramente considero que nos encontramos en una situación bastante atrasada en este sentido, si consideramos que el mismo Papa por muchísimos siglos es solo fruto de una cultura blanca, masculina y eurocéntrica.
Si no abatimos esta diferencia entre hombre y mujeres desde su liderazgo, abriendo al sacerdocio femenino, nos llevaremos siempre adentro el límite de una diferencia que hace de nuestra misma Iglesia una estructura en si misma de exclusión.

Emanuele Muna

No hay comentarios:

Publicar un comentario