Para poder reconocer que es un
problema real la modalidad del ejercicio de la jerarquía eclesial es suficiente
ver que poco se habla de este tema y poco es un punto real de reflexión. Suficiente
es leer el documento de Aparecida en el cual poco se reflexiona sobre el tema
de la jerarquía eclesiástica y tampoco se lo reconoce como punto de debilidad
de la Iglesia misma. En el numero 99 al punto “b” se dice alguito lamentando
una falta en el ejercicio evangélico de la autoridad. En realidad a afirmación
se encuentra acompañada por la denuncia de la falta de una autentica obediencia,
y se acusa también de infidelidad a la doctrina, a la moral y a la comunión.
Claramente estas palabras están más dirigidas a quien no obedece y no a quien
manda. Entonces, en este sentido me gusta pensar lo que dice Aparecida: “nuestra débil vivencia de la opción
preferencial por los pobres, no pocas recaídas secularizantes en la vida
consagrada influida por una antropología meramente sociológica y no evangélica”
(Aparecida 99b), se dirige a todos, pero en modo particular a las autoridades
que copian esquemas autoritarios según la lógica del mundo. El mismo documento
no expresa claramente que no se puede dar autentica obediencia si no hay
ejercicio evangélico de la autoridad. El problema verdadero se reconoce en
quien no obedece y no en quien manda.
Recuerdo que la Biblia está
repleta de ejemplos de resistencia del pueblo donde no hay un ejercicio auténticamente
evangélico de autoridad. Hay que reconocer que ni una de estas resistencias son
castigadas por Dios, sino más bien acompañadas y fortalecidas por Él (cfr.
Todas las resistencia del pueblo delante de monarcas como David y Salomón).
La autoridad jerárquica no acepta
críticas porque se siente instituida desde arriba, y este es su punto de fuerza
para no ser puesta en discusión. ¿Cuántas veces tuvimos, tras algunas palabras,
indicaciones u ordenes tener que escuchar: “es así porque lo digo yo que soy el
obispo o el sacerdote”? La verdad de sus afirmaciones se apoya a la autoridad
de quien la expresa y no porqué revela formas evidentemente evangélicas. En
esta forma muchas veces se pisotea la dignidad de los más humildes y sencillos.
Claramente si la palabra revelara formas auténticamente evangélicas abriría a
un discernimiento común que invocaría siempre una interpretación, una reflexión
y una evaluación. En cambio basándose sobre un principio de autoridad se vuelve
indiscutible y por esto lo único que se pide es la humilde obediencia, agachar
la cabeza y el silencio. Me cuesta poder encontrar un paso del evangelio en el
cual Jesús pidió a sus interlocutores de agachar la cabeza o de callarse, más
bien me parece que era la actitud pedida a Jesús por los sacerdotes, los
escribas y los fariseos. Lo importante para ellos era el respeto de la
jerarquía, la fidelidad a la ley y una actitud sumisa delante de Dios. Jesús en
cambio invitaba a recuperar la dignidad del hombre y no a humillarse delante de
las palabras del hombre. ¿Cuál de las dos actitudes se nos pide de encarnar más
ahora por nuestras autoridades? ¿La de agachar la cabeza o de tener dignidad?
Las actitudes pedidas y vividas por
las autoridades se esconden tras de las palabras con las cuales se expresan.
Hacemos un pequeño ejercicio para ver algunas de las palabras tras de las
cuales se esconden resistencias a cuestionar la modalidad de ejercicio de la
autoridad.
Dos ejemplos:
“¡El mundo es malo y
equivocado!”
Es casi un refrán considerar todo
lo que está a fuera de nosotros como malo y equivocado, como si todo el bien se
encontrara solo en un lugar. Es la consideración superficial y soberbia de
quien piensa de estar en lo correcto y que todo lo diferente está mal. Esta
manera de expresarse da fuerza a la autoridad concentrando en sí misma todo el
bien y toda palabra o actitud correcta. Estas palabras de críticas constantes hacia
el mundo lo ponen bajo una luz negativa y hace nacer, en quien se siente de
este mundo, el sentimiento del miedo y la baja autoestima. El miedo y el
sentirse equivocados son las puertas para lograr el control de la conciencia y
no su liberación.
No hace falta recordar que en la
Biblia cuando se habla del mundo no se pone esto en contradicción con la Iglesia,
como si esta no fuera parte de este mundo mismo. En la Biblia la denuncia al
mundo está dirigida hacia su modalidad opresora y deshumanizante. El mundo
contra el cual Jesús habla es lo querido por el Templo y el Palacio del poder.
Es el esquema religioso que mantenía las conciencias oprimidas bajo leyes que
no generaban dignidad y vida. También vale la pena recordar la posición de
Jesús contra el Cesar y a todos los cesares del mundo con su esquema opresor. Lo
que Jesús crítica no es el mundo en sí, sino cuando este se casa con modalidad
autoritaria opresiva, también si esta fuera autoridad religiosa que actúan en
nombre de Dios.
No olvidemos que el mundo es
creación continua de Dios, libre e incontrolable, y por esto profundamente
amado y no odiado. No olvidemos que el pecado del mundo ha sido ya vencido en
la cruz de Cristo (¡esta es fe!), y redimido por él.
Se dice “dividir para mandar”.
Dividiendo siempre el mundo en buenos y malos por lo menos se logra un control
sobre los que quieren estar de la parte de los buenos.
“¡Tienen que obedecer!”
La sumisión es vista como valor.
Es asombrarte que en algunos proyectos pastorales diocesanos se habla todavía de
las personas en relación al obispo como súbditos (cfr. el proyecto pastoral de
la diócesis de Huacho). La obediencia incondicionada, con la exigencia de la
humildad, es vista como un valor
absoluto de la pertenencia a una Iglesia y como elemento fundamental de la
comunión. Esta práctica mira a reforzar el ejercicio de la autoridad como indiscutible
y en sí correcta y buena. La fuerza de la palabra, en este caso se basa sobre
el hecho de ser autoridad y no por la verdad misma que tendría que revelar.
No se puede olvidar que nosotros
estamos invitados a obedecer a Dios y no a los hombres (cfr. Hch 5, 29). La
voluntad de Dios no se expresa a través de un solo hombre y necesita siempre
discernimiento y respeto de la conciencia personal de cada uno. Recuerdo que la
práctica de la Iglesia nos enseña que el discernimiento es siempre comunitario,
y nunca en las manos o en las palabras de una persona sola. Antes que invocar
obediencias sería necesario un constante discernimiento comunitario sobre la
voluntad de Dios. Esto conllevaría una práctica constante, un poco pasada de
moda, de una actitud conciliar y concertadora en la que la voz y la vivencia de
todos sean consideradas buenas y fundamentales.
Está claro entonces que a estas
autoridades hay cosas con las cuales no les gusta encontrarse:
No les gustan las palabras que
expresan pensamientos diferentes, sino prefieren e invocan el silencio humilde y
sumiso.
No les gustan las diferencias que
son vistas como límites y no recursos.
No les gustan las evaluaciones de
los planes pastorales propuestos porque ya soberbiamente considerados buenos y
justos.
No les gustan las expresiones
culturales que no confirman, o más bien ponen en crisis, la bondad de lo que se
anuncia como verdad.
No les gustan las reflexiones o
los estudios, porque podrían llevar a un resultado diferente de lo que siempre
se ha venido afirmando. Entonces mejor no hablar o reflexionar sobre ciertos
temas abiertos de doctrina.
No les gusta cuestionar o
reflexionar sobre su posición jerárquica, que más bien es el verdadero punto de
fuerza de tantas afirmaciones.
Necesitaríamos abrir siempre más
espacios concertados y de inclusión para escuchar, compartir y reflexionar en
conjunto sobre nuestra dimensión de Iglesia. Esperamos sean espacios abiertos a
todos donde la palabra de todos es escuchada y reconocida importante.
Necesitamos volver a una Iglesia que reviva el espíritu de las grandes asambleas
de América Latina, donde todos se sentían Iglesia.
Tenemos que regresar a hablar de
corresponsabilidad dentro de la Iglesia también a nivel de decisiones para
tomar.
Necesitamos recuperar confianza
en las autoridades no como dueños de una Iglesia sino como compañeros de viaje
humildes y hermanos conscientes que todos con la misma dignidad formamos parte
de la misma realidad. Necesitamos recuperar confianza que su anuncio es anuncio
de misericordia y no aplicación de leyes y preceptos. Necesitamos sentirnos
parte de la familia de Jesús donde no hay padres, que podrían otra vez
reinstaurar una familia patriarcal de autoridad, sino hermanos, hermanas y
madre de Jesús (cfr. Mc 3, 34).
Emanuele Munafó
El perverso ordo capitalista, en el que vive instalada la Jerarquía Eclesial, es además de cainita, ANTICRISTIANO pues favorece el enriquecimiento personal en detrimento del bien común.
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