sábado, 8 de septiembre de 2012

“¿En qué momento se jodió la Iglesia?”


Cerezo Barredo - Pentecostés

El nobel de la literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, en el libro “Conversaciones  en la Catedral” del 1969 pone esta pregunta a nuestro amado país: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. La interrogante nace del desconcierto y el pesimismo del protagonista de poder comprender globalmente la realidad peruana, a la cual juzga con criterios esencialmente morales. La reprocha amarga del premio nobel es expresión del frustrado deseo de quien quiere lo mejor para su país. Creo que la crítica revela siempre pasión, ese mismo amor que sentimos para nuestras Iglesias y que nos empuja a preguntar: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?

La historia de las Iglesias es acompañada desde siempre por críticas que, de una forma u otra, tratan de mejorarla. Las mismas herejías son expresión de la pasión de personas que han deseado mejorar el camino histórico de las Iglesias. En este sentido no tenemos que tener miedo de equivocarnos, más bien de no dar pasos hacia la búsqueda de caminos nuevos. En este tiempo de Iglesia necesitamos caminos de inclusión y de igualdad que tienen que hacernos temer más al silencio que a las palabras, a la inoperancia que a las nuevas experiencias. Por esta razón no tenemos miedo de preguntarnos: “¿en qué momento se jodió la Iglesia?”

Tal vez desde siempre hemos tratados identificar a los responsables de los tiempos oscuros que la Iglesia vive. Yo también me encuentro en las filas de quien por amor busca las razones de lo que no funciona. No es la práctica de criticar para criticar, sino la conciencia clara que hay contradicciones dentro de la Iglesia que se traducen en  escándalo para muchas personas. Es el escándalo verdadero que hace tomar distancia de las Iglesias, no por el mensaje de lo que se hacen anunciadora, sino como se traduce este mensaje en la práctica.
Tal vez en manera demasiado sencilla, pero con una cierta consciencia afirmo que la Iglesia perdió su rumbo original por las decisiones que sus mismas autoridades tomaron en el recorrido de la historia. Pero todo no se determina por las decisiones de las autoridades, porque todos somos Iglesia, entonces todos estamos involucrados.
Entonces la pregunta sigue vigente para todos: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?”.


Tal vez…

… cuando después de pocos años de la muerte de Cristo en el contexto de las primeras comunidades cristiana alguien puso las manos sobre frases originales de Pablo para escribir cartas en su nombre (las cartas deuteropaulinas) dándole en algunas cuestiones importantes un sentido totalmente diferente pasando de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica a una Iglesia jerárquica, autoritaria y sacerdotal. Una cuestión importante era la del liderazgo dentro de las iglesias, encerrando a las mujeres en un papel reducido y prácticamente inconsistente.

… cuando hemos aceptado después del edicto de Milán (313 d.C.), la lógica de la religión licita según los criterios del imperio del tiempo haciendo morir la profecía de una sociedad diferente inscrita en el anuncio del evangelio y abriendo la puerta a toda sumisión a las lógicas de los imperios de todos los tiempos. Es una sumisión que ahora llamamos “política correcta” o diplomacia, pero que en realidad es aguar el mensaje evangélico en lógicas de poder y de privilegios aún muy presentes dentro de las Iglesias de hoy.

… cuando la Iglesia aceptó de ser un estado en medio de los otros con su jefe, su economía, su ejército, su guerras para la conquista de territorios y de culturas. Un estado poderoso y rico no por la fuerza del anuncio del evangelio, sino de la astucia militar, política y económica donde hasta la salvación se puede prometer en una venta, donde el evangelio se sacrificó para la más importante causa de la Iglesia: la Iglesia misma.

… cuando vimos la Iglesia “astutamente” a lado de los conquistadores de todos los tiempos en África y en América Latina, justificando y bendiciendo lógicas opresivas y prácticas violentas. Una presencia de proselitismo que hasta la fecha no hemos logrado quitar de nuestra mentalidad en la práctica cotidiana de considerar nuestra verdad la mejor, la más justa y la única necesaria. En el pasado se justificaba la violencia, el homicidio y la explotación considerando a los habitantes de las nuevas tierras “seres inferiores” y hoy se confirma la misma lógica bendiciendo sistemas pastorales que no reconocen la bondad de la diferencia cultural. La razón es siempre la misma: la certidumbre de tener la verdad en el bolsillo. El racismo de ayer no está muerto, solo ha cambiado lenguaje.

… cuando como Iglesia bendecimos la censura de pensamiento, de opinión, de lectura, de estudio o de acción. Cuando pensar en manera diferente significaba arder en un ruego, o ser excluido de la Iglesia misma y entonces de la sociedad con una anatema o aislado en el silencio y en el desinterés.

… cuando, desde casi siempre, la Iglesia se ha identificado con su jerarquía pensando en la comunión como la sumisión a esta, haciendo de la obediencia el valor más importante. Es la Iglesia que se ha olvidado que la jerarquía tiene sentido solo en la lógica del servicio, y que tiene que aspirar a los últimos asientos y besar las manos de todos los pobres y no hacérselas besar en sentido de reverencia. O tal vez cuando tenemos una jerarquía inalcanzable con la cual realmente no se puede comunicar. Una jerarquía que en el siglo XXI todavía afirma que quien no obedece al “obispo o al vaticano no obedece a Dios” (diócesis de Huacho).

… cuando se ignoraron algunos fundamentales aportes del Vaticano II, como la forma conciliar con la cual la Iglesia debería decidir y expresarse. Todavía estamos sujetos a una forma de mando personal y no comunitaria. La forma conciliare que invocaba el Vaticano II, traicionada ya después de pocos años del cierre del concilio, hubiera tenido que ser ejemplo para todos y a todos los niveles, desde el Vaticano romano hasta la más pequeña realidad eclesial. En cambió se confirmó la forma jerárquica menos evangélica. Decimos que todos somos Iglesia, pero parece que algunos, los que más están arriba, son más Iglesia de otros.

Podríamos seguir enumerando y anunciando las muchísimas situaciones con las cuales la Iglesia se jodió, dando así la culpa a la política y a los poderes fuertes que se aprovecharon de ella, como podríamos dar la culpa a las jerarquías siempre más frágiles y confundidas de esta nuestra Iglesia.
También tendríamos que recordar todo lo bueno que la Iglesia hizo y hace, pero en este momento sería un alivio demasiado suave o una esperanza que corre el riesgo de justificar la presencia de lo que no funciona. Estamos viviendo un tiempo oscuro y triste de Iglesia y por esto me pregunto: “¿cuándo se jodió la Iglesia?”.

Personalmente creo que la respuesta no está en las manos de quien nos gobierna, sino en la libertad y en las libres opciones de cada uno de nosotros. Somos nosotros que aceptamos y escogemos el silencio por miedo a las consecuencias. Somos nosotros que delante de la jerarquía (sacerdotes, religiosas u obispo) sentimos un respeto que no nos permite reconocer que estamos delante de un siervo.
Tomando de una famoso video me gusta preguntar ahora: “¿En qué momento se arregló la Iglesia?”


En el momento…

… en que buscamos en la práctica caminos posibles de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica, compartiendo estos caminos sin encerrarlos en el silencio que tiene miedo del juicio de las autoridades.

… en que volvemos a dar fuerza a las palabras exigiendo espacios para compartir y escucharnos, en lugar de solo obedecer. Se trata de decir lo que se piensa sin encerrarse en un silencio diplomático que finalmente bendice la lógica mafiosa de quien no habla, no ve y no escucha.

… en que no renunciamos a derechos fundamentales dentro de la Iglesia misma como la libertad de la conciencia que está por encima de cualquier ley.

… en que nos convertimos a otra forma de liderazgo con el cual no excluimos a las mujeres, más bien las dejamos ser verdaderas protagonistas de esta Iglesia, y no solo la que más la frecuenta.

… en que tratamos el asunto de la economía dentro de la Iglesia como un asunto evangélico y no de medios para lograr nuestras finalidades.

… en que renunciamos a la práctica humillante de la opción preferencial para los pobres para convertirnos en la evangélica opción preferencial por los pobres.

… en el momento en que volvemos a cuestionarnos sobre los temas de la moral sexual desde un principio evangélico de inclusión.

Estoy convencido que como siempre la Iglesia se arregla empezando desde abajo, desde lo cotidiano, desde el día tras día. Se empieza trabajando en nuestras pequeñas realidades cotidianas rechazando las formas autoritarias y excluyentes. Se empieza dentro de la parroquia con los párrocos, dentro de las diócesis con los obispos.

O tal vez ¿alguien más tiene sugerencias?

Emanuele Munafó

4 comentarios:

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  2. No me es clara la frase: "buscamos en la práctica caminos posibles de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica" por lo menos no entiendo en que sentido pones el tercer adjetivo. Habría que esclarecerlo.
    Tampoco entiendo a que se refiere "se confirma la misma lógica racista bendiciendo sistemas pastorales que no reconocen la bondad de la diferencia cultural".

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  3. Sabemos que dentro de la Biblia encontramos realidades y proyectos conflictivos. Un lugar evidente de conflicto se revela en el momento de la estructuración de la realidad eclesial. De una parte una iglesia “jerárquica, autoritaria y sacerdotal” y de la otra una iglesia “inclusiva, ministerial y laica”. En los dos casos los tres términos son estrechamente ligados entre ellos y consecuentes uno con el otro. Por lo que se refiere al término laico, consecuente y causa de la inclusión y de la ministerialidad, se le puede considerar opuesto al término sacerdotal ligado al concepto jerárquico y autoritario. En este sentido aconsejo vivamente la lectura del articulo de Gallazzi “De la autoridad en dirección a la jerarquía” publicado en Ribla o en la versión italiana “Dalla autoritá verso la gerarchia”.

    En cualquier caso no es un secreto para nadie que vivimos en una Iglesia excesivamente clerical, en la cual considero que el sacerdote, y la clase sacerdotal en general, tiene un papel de autoridad excesivo. Personalmente considero que su papel tendría que ser ligado simplemente a su sacramento ministerial en la óptica del servicio. Me parece más correcto que el sacerdote ejerce su servicio en orden a la consagración y confesión (también si en este caso necesitaríamos dar pasos en adelante) y no al mando o responsabilidad última, o en muchos casos absoluta, de una comunidad o de la Iglesia. Sueño con una iglesia en la cual los sacerdotes no sean autoridad dentro de las comunidades, sino que las vivan como verdaderos siervos.
    En cambio, nuestras comunidades o Iglesia asumen demasiado el carácter del sacerdote o obispo o papa que la guía, no hay una real colegialidad. Es algo absolutamente sin proporciones y no respetuoso de la vida de las mismas comunidades o iglesias. Profundizaré en el futuro estos aspectos.

    Por lo que se refiere el racismo de algunas prácticas pastorales en el campo de la misión (pero no solo en campo misionero), pensaba haber mejor profundizado algunos aspectos con el escrito “Evangelización en el tiempo de los movimientos: neocolonialismo, proselitismo o esperanza para el pueblo”. Tal vez será útil volver sobre el tema para desarrollarlo mejor. En cualquier caso empiezo diciendo que la lógica del pensamiento único romano, de la uniformidad que se busca tratando de eliminar las diferencias confirma lo que considero un racismo cultural-religioso y entonces ideológico.
    En el campo misionero es pensamiento común que vamos a otra tierra para enseñar y mejorar y no para compartir y aprender el uno del otro. Nos es la práctica de todos claramente, y es claro que quien va a la misión también aprende, pero lastimosamente esta es simplemente la consecuencia de una presencia y no la razón fundamental de ir a la misión.
    Creo poder confirmar esto con ejemplos concretos. No es raro escuchar misioneros (sacerdotes, consagrados o laicos) que consideran inferior lo que es simplemente diferente.
    El racismo no es una forma cultural de la cual la Iglesia es inmune, más bien, quien está convencido de tener la razón, o de estar en la verdad, es más alto el riesgo de formas racistas y prepotentes.

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