Cerezo Barredo - Pentecostés |
El nobel de la
literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, en el libro “Conversaciones en la Catedral” del 1969 pone esta pregunta a
nuestro amado país: “¿En qué momento se
jodió el Perú?”. La interrogante nace del desconcierto y el pesimismo del
protagonista de poder comprender globalmente la realidad peruana, a la cual
juzga con criterios esencialmente morales. La reprocha amarga del premio nobel es
expresión del frustrado deseo de quien quiere lo mejor para su país. Creo que
la crítica revela siempre pasión, ese mismo amor que sentimos para nuestras
Iglesias y que nos empuja a preguntar: “¿En
qué momento se jodió la Iglesia?”
La historia de
las Iglesias es acompañada desde siempre por críticas que, de una forma u otra,
tratan de mejorarla. Las mismas herejías son expresión de la pasión de personas
que han deseado mejorar el camino histórico de las Iglesias. En este sentido no
tenemos que tener miedo de equivocarnos, más bien de no dar pasos hacia la
búsqueda de caminos nuevos. En este tiempo de Iglesia necesitamos caminos de inclusión y de igualdad que tienen que
hacernos temer más al silencio que a las palabras, a la inoperancia que a las
nuevas experiencias. Por esta razón no tenemos miedo de preguntarnos: “¿en qué
momento se jodió la Iglesia?”
Tal vez desde
siempre hemos tratados identificar a los responsables de los tiempos oscuros
que la Iglesia vive. Yo también me encuentro en las filas de quien por amor busca
las razones de lo que no funciona. No es la práctica de criticar para criticar,
sino la conciencia clara que hay contradicciones dentro de la Iglesia que se traducen
en escándalo para muchas personas. Es el escándalo verdadero que hace tomar
distancia de las Iglesias, no por el mensaje de lo que se hacen
anunciadora, sino como se traduce este mensaje en la práctica.
Tal vez en
manera demasiado sencilla, pero con una cierta consciencia afirmo que la Iglesia perdió su rumbo original por
las decisiones que sus mismas autoridades tomaron en el recorrido de la
historia. Pero todo no se determina por las decisiones de las autoridades, porque
todos somos Iglesia, entonces todos estamos
involucrados.
Entonces la
pregunta sigue vigente para todos: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?”.
Tal vez…
… cuando después
de pocos años de la muerte de Cristo en el contexto de las primeras comunidades
cristiana alguien puso las manos sobre frases originales de Pablo para escribir
cartas en su nombre (las cartas deuteropaulinas) dándole en algunas cuestiones
importantes un sentido totalmente diferente pasando de una Iglesia inclusiva,
ministerial y laica a una Iglesia jerárquica, autoritaria y sacerdotal. Una
cuestión importante era la del liderazgo dentro de las iglesias, encerrando a
las mujeres en un papel reducido y prácticamente inconsistente.
… cuando hemos
aceptado después del edicto de Milán (313 d.C.), la lógica de la religión
licita según los criterios del imperio del tiempo haciendo morir la profecía de
una sociedad diferente inscrita en el anuncio del evangelio y abriendo la
puerta a toda sumisión a las lógicas de los imperios de todos los tiempos. Es
una sumisión que ahora llamamos “política correcta” o diplomacia, pero que en
realidad es aguar el mensaje evangélico en lógicas de poder y de privilegios aún
muy presentes dentro de las Iglesias de hoy.
… cuando la
Iglesia aceptó de ser un estado en medio de los otros con su jefe, su economía,
su ejército, su guerras para la conquista de territorios y de culturas. Un
estado poderoso y rico no por la fuerza del anuncio del evangelio, sino de la
astucia militar, política y económica donde hasta la salvación se puede
prometer en una venta, donde el evangelio se sacrificó para la más importante causa
de la Iglesia: la Iglesia misma.
… cuando vimos
la Iglesia “astutamente” a lado de los conquistadores de todos los tiempos en
África y en América Latina, justificando y bendiciendo lógicas opresivas y prácticas
violentas. Una presencia de proselitismo que hasta la fecha no hemos logrado
quitar de nuestra mentalidad en la práctica cotidiana de considerar nuestra
verdad la mejor, la más justa y la única necesaria. En el pasado se justificaba
la violencia, el homicidio y la explotación considerando a los habitantes de
las nuevas tierras “seres inferiores” y hoy se confirma la misma lógica
bendiciendo sistemas pastorales que no reconocen la bondad de la diferencia
cultural. La razón es siempre la misma: la certidumbre de tener la verdad en el
bolsillo. El racismo de ayer no está muerto, solo ha cambiado lenguaje.
… cuando como
Iglesia bendecimos la censura de pensamiento, de opinión, de lectura, de estudio
o de acción. Cuando pensar en manera diferente significaba arder en un ruego, o
ser excluido de la Iglesia misma y entonces de la sociedad con una anatema o
aislado en el silencio y en el desinterés.
… cuando, desde casi
siempre, la Iglesia se ha identificado con su jerarquía pensando en la comunión
como la sumisión a esta, haciendo de la obediencia el valor más importante. Es
la Iglesia que se ha olvidado que la jerarquía tiene sentido solo en la lógica del
servicio, y que tiene que aspirar a los últimos asientos y besar las manos de
todos los pobres y no hacérselas besar en sentido de reverencia. O tal vez cuando
tenemos una jerarquía inalcanzable con la cual realmente no se puede comunicar.
Una jerarquía que en el siglo XXI todavía afirma que quien no obedece al
“obispo o al vaticano no obedece a Dios” (diócesis de Huacho).
… cuando se
ignoraron algunos fundamentales aportes del Vaticano II, como la forma
conciliar con la cual la Iglesia debería decidir y expresarse. Todavía estamos
sujetos a una forma de mando personal y no comunitaria. La forma conciliare que
invocaba el Vaticano II, traicionada ya después de pocos años del cierre del
concilio, hubiera tenido que ser ejemplo para todos y a todos los niveles,
desde el Vaticano romano hasta la más pequeña realidad eclesial. En cambió se
confirmó la forma jerárquica menos evangélica. Decimos que todos somos Iglesia,
pero parece que algunos, los que más están arriba, son más Iglesia de otros.
Podríamos seguir
enumerando y anunciando las muchísimas situaciones con las cuales la Iglesia se
jodió, dando así la culpa a la política y a los poderes fuertes que se
aprovecharon de ella, como podríamos dar la culpa a las jerarquías siempre más
frágiles y confundidas de esta nuestra Iglesia.
También
tendríamos que recordar todo lo bueno que la Iglesia hizo y hace, pero en este
momento sería un alivio demasiado suave o una esperanza que corre el riesgo de
justificar la presencia de lo que no funciona. Estamos viviendo un tiempo oscuro
y triste de Iglesia y por esto me pregunto: “¿cuándo se jodió la Iglesia?”.
Personalmente
creo que la respuesta no está en las manos de quien nos gobierna, sino en la
libertad y en las libres opciones de cada uno de nosotros. Somos nosotros que
aceptamos y escogemos el silencio por miedo a las consecuencias. Somos nosotros
que delante de la jerarquía (sacerdotes, religiosas u obispo) sentimos un respeto
que no nos permite reconocer que estamos delante de un siervo.
En el momento…
… en que
buscamos en la práctica caminos posibles de una Iglesia inclusiva, ministerial
y laica, compartiendo estos caminos sin encerrarlos en el silencio que tiene
miedo del juicio de las autoridades.
… en que
volvemos a dar fuerza a las palabras exigiendo espacios para compartir y
escucharnos, en lugar de solo obedecer. Se trata de decir lo que se piensa sin
encerrarse en un silencio diplomático que finalmente bendice la lógica mafiosa
de quien no habla, no ve y no escucha.
… en que no
renunciamos a derechos fundamentales dentro de la Iglesia misma como la
libertad de la conciencia que está por encima de cualquier ley.
… en que nos
convertimos a otra forma de liderazgo con el cual no excluimos a las mujeres,
más bien las dejamos ser verdaderas protagonistas de esta Iglesia, y no solo la
que más la frecuenta.
… en que
tratamos el asunto de la economía dentro de la Iglesia como un asunto
evangélico y no de medios para lograr nuestras finalidades.
… en que
renunciamos a la práctica humillante de la opción preferencial para los
pobres para convertirnos en la evangélica opción preferencial por los
pobres.
… en el momento
en que volvemos a cuestionarnos sobre los temas de la moral sexual desde un
principio evangélico de inclusión.
Estoy convencido
que como siempre la Iglesia se arregla empezando desde abajo, desde lo
cotidiano, desde el día tras día. Se empieza trabajando en nuestras pequeñas
realidades cotidianas rechazando las formas autoritarias y excluyentes. Se
empieza dentro de la parroquia con los párrocos, dentro de las diócesis con los
obispos.
O tal vez
¿alguien más tiene sugerencias?
Emanuele Munafó
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo me es clara la frase: "buscamos en la práctica caminos posibles de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica" por lo menos no entiendo en que sentido pones el tercer adjetivo. Habría que esclarecerlo.
ResponderEliminarTampoco entiendo a que se refiere "se confirma la misma lógica racista bendiciendo sistemas pastorales que no reconocen la bondad de la diferencia cultural".
Sabemos que dentro de la Biblia encontramos realidades y proyectos conflictivos. Un lugar evidente de conflicto se revela en el momento de la estructuración de la realidad eclesial. De una parte una iglesia “jerárquica, autoritaria y sacerdotal” y de la otra una iglesia “inclusiva, ministerial y laica”. En los dos casos los tres términos son estrechamente ligados entre ellos y consecuentes uno con el otro. Por lo que se refiere al término laico, consecuente y causa de la inclusión y de la ministerialidad, se le puede considerar opuesto al término sacerdotal ligado al concepto jerárquico y autoritario. En este sentido aconsejo vivamente la lectura del articulo de Gallazzi “De la autoridad en dirección a la jerarquía” publicado en Ribla o en la versión italiana “Dalla autoritá verso la gerarchia”.
ResponderEliminarEn cualquier caso no es un secreto para nadie que vivimos en una Iglesia excesivamente clerical, en la cual considero que el sacerdote, y la clase sacerdotal en general, tiene un papel de autoridad excesivo. Personalmente considero que su papel tendría que ser ligado simplemente a su sacramento ministerial en la óptica del servicio. Me parece más correcto que el sacerdote ejerce su servicio en orden a la consagración y confesión (también si en este caso necesitaríamos dar pasos en adelante) y no al mando o responsabilidad última, o en muchos casos absoluta, de una comunidad o de la Iglesia. Sueño con una iglesia en la cual los sacerdotes no sean autoridad dentro de las comunidades, sino que las vivan como verdaderos siervos.
En cambio, nuestras comunidades o Iglesia asumen demasiado el carácter del sacerdote o obispo o papa que la guía, no hay una real colegialidad. Es algo absolutamente sin proporciones y no respetuoso de la vida de las mismas comunidades o iglesias. Profundizaré en el futuro estos aspectos.
Por lo que se refiere el racismo de algunas prácticas pastorales en el campo de la misión (pero no solo en campo misionero), pensaba haber mejor profundizado algunos aspectos con el escrito “Evangelización en el tiempo de los movimientos: neocolonialismo, proselitismo o esperanza para el pueblo”. Tal vez será útil volver sobre el tema para desarrollarlo mejor. En cualquier caso empiezo diciendo que la lógica del pensamiento único romano, de la uniformidad que se busca tratando de eliminar las diferencias confirma lo que considero un racismo cultural-religioso y entonces ideológico.
En el campo misionero es pensamiento común que vamos a otra tierra para enseñar y mejorar y no para compartir y aprender el uno del otro. Nos es la práctica de todos claramente, y es claro que quien va a la misión también aprende, pero lastimosamente esta es simplemente la consecuencia de una presencia y no la razón fundamental de ir a la misión.
Creo poder confirmar esto con ejemplos concretos. No es raro escuchar misioneros (sacerdotes, consagrados o laicos) que consideran inferior lo que es simplemente diferente.
El racismo no es una forma cultural de la cual la Iglesia es inmune, más bien, quien está convencido de tener la razón, o de estar en la verdad, es más alto el riesgo de formas racistas y prepotentes.
hola
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